miércoles, 19 de enero de 2011



Era un día más, y sin embargo algo diferente recorría mi piel. La habitación estaba a oscuras. Me levanté de la cama, me acerqué a la venta y subí las persianas. El sol irradiaba vida, y ésta poco a poco se adentraba en la habitación llenándola de luz y deshojando la oscuridad. Me dejé acariciar por el calor de los rayos que entraban por la ventana mientras inhalaba el aire de la mañana y perdía la vista en el infinito. Cerré los ojos. Noté como el sol acariciaba mi rostro, mi desnudo pecho, mis pálidas piernas. Sentí el calor despertando cada poro de mi cuerpo, perdiendo la noción del tiempo. La vida pasaba agitada bajo mi ventana, parecía como si de una cinta de video rebobinándose se tratase. Súbitamente el claxon de un coche me agarró del tobillo y me trajo de vuelta a la realidad. Me giré y abrí el ajado armario que compré dos años atrás en un mercadillo. Todo estaba descolocado, la ropa estaba tirada en el suelo del armario y las perchas lucían vacías en sus soportes esperando para ser usadas. “Mañana os vestiré de nuevo”, me prometí. Si mi madre viese aquel desorden, probablemente la sangre se coagularían en una de las válvulas del corazón, la respiración descompasada se agitaría, perdería la visión, le darían calambres en el brazo izquierdo y su corazón se pararía. El hecho de acordarme de ella y de lo mucho que detestaba el desorden me hizo sonreír. Cogí unos calzoncillos limpios, cerré el armario y me dirigí al baño esquivando la ropa que había dejado tirada en el suelo la noche anterior.


Abrí el grifo y como de costumbre el agua a presión chocó contra mi cuerpo. Vaho, solo vaho. La niebla matutina inundó el pequeño baño, mientras el agua hirviendo recorría mi cuerpo, haciéndolo estremecer del placer de sentir la sangre caliente recorriendo mis vasos sanguíneos, dilatándolos, preparándolos para un nuevo día. Cerré el grifo y se hizo el silencio. Agarré una toalla, sequé mi cuerpo y la anudé a mi cintura. Apagué el interruptor y salí del baño. Me senté un momento en la deshecha cama. Y allí estaba de nuevo tu mano. Era un día más, y sin embargo algo diferente recorría mi piel.

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