viernes, 7 de enero de 2011

Live, love, laugh.



Probablemente si mi familia contara mis manías dirían que estuve utilizando el biberón más de lo debido, que me chupé el dedo hasta los 11 años o que la palabra que más repito es “obviamente”. Quizás use esa palabra más de lo debido, puesto que en esta vida no todo es tan obvio como parece. Sin embargo, si tuviera que apostar por una obviedad casi absoluta diría que es obvio que cada vez que cerramos los ojos es para sumergirnos en un pensamiento, ya sea este profundo o banal.


En el instante previo al beso, justo cuando el corazón late descompasado y excitado y nuestro cuerpo parece que va a explotar de la emoción, cerramos los ojos, y aunque nos dejamos llevar por la emoción y el frenesí, nuestra mente piensa, disfruta y recrea.


En los momentos de vigilia a media noche, cuando somos incapaces de conciliar el sueño, nuestra mente cabalga por mundos lejanos dando vida a nuestras propias elucubraciones.


Sin embargo, es una obviedad absoluta que habrá un día en el que nuestros ojos no volverán a abrirse. Nos sumergiremos en un letargo eterno y ya no habrá cabida al pensamiento. Por ello, espero que de que llegue ese día, en el instante previo a la muerte, mi último pensamiento se transcriba en una sonrisa, una sonrisa que exprese la alegría por haber tenido la oportunidad de vivir una plena.

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